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Nace una nueva asociación

Replico lo que publicó David en su blog La Bicicleta Rural.

Desde hace unos días se ha creado una asociación de bicicletas clásicas y antiguas, los socios fundadores somos los mismos que hemos estado en la organización de los encuentros de Zaragoza.

La asociación va a ser una herramienta para poder organizar eventos y actividades entorno a las bicicletas clásicas y antiguas.

Ya iremos informando, si alguien desea más información puede ponerse en contacto con David o conmigo.


Asumir riesgos propios o ajenos

Los que solemos desplazarnos en bicicleta, solemos decir que nuestro cuerpo es nuestra carrocería. Rondando los 30 años empecé a tener un cierto respeto por cuidar de él.

El golpe

El trompazo que me dí pudo ser muy duro. Tuve suerte de caer en una pista de tierra bien arreglada y no tener cerca un árbol o piedra con el que chocar. Lo peor sólo fue un fuerte latigazo en la espalda al impactar con el suelo.

Era una bajada rápida, calculo que iba a más de 40 km/h –diría que 50–. La rueda delantera iba pinchada y yo tuve la feliz idea de soltar una mano para colocar el guardabarros que iba rozando con la cubierta justo en el momento del coger un bache. La combinación fue perfecta para perder el control. La dirección se cruzó y salí por encima del manillar al tiempo que giraba sobre mí mismo, y la bici conmigo. En ese momento aceptaba que me la iba a pegar y traté de amortiguar el golpe como pude.

Después de golpearme las rodillas con el manillar, llegué con las manos al suelo quemándome las palmas con la tierra. Terminamos aterrizando de espaldas –la bici con la parrilla y la rueda trasera–.

Ya en el suelo, recuerdo que me chequeé y pensé: «¡Qué suerte!, no me he golpeado la cabeza». La espalda me ardía de tal manera que no sentía dolor ni en las rodillas ni en las manos que se llevaron las heridas más fuertes. Respiraba con dolor pero no parecía que tuviera nada roto. Cuando me levanté llegó un compañero que me señaló el casco totalmente rajado por detrás. Por eso no había sentido el golpe en la cabeza. Las heridas de manos y rodillas tardaron un par de semanas en cicatrizar; la espalda y costillas un par de meses en recuperar la movilidad sin muchos dolores. Desde entonces ya no duermo muy bien sobre el suelo.

casco rajadoAsumir riesgos ajenos

Ahora suelo asumir mis propios riesgos y tengo un límite que intento no sobrepasar. Y desde luego no lo hago por buscar emoción. No sé si será la edad, las vivencias o ambas. En cuento a los ajenos, no los equiparo a los propios, para mí son inasumibles. Lamento las veces en las que he puesto en riesgo a alguien, y cuando lo he hecho, tengo claro que no ha sido mi intención, al menos, consciente. Sigo trabajando para que no vuelva a ocurrir, aunque sé que no se puede decir un «nunca más».

El problema viene cuando hay personas que sintiéndose protegidos por la chapa de sus vehículos, se exponen y nos exponen, a situaciones, circulando, en las que la piel de los demás se equipara a la chapa. Situaciones que no tengo claro que aceptaran, circulando en bici. Al menos esa es mi sensación cuando pasan a escasos centímetros de mí.

En la última, cuando llegué al semáforo detrás de él y le dije que no puede pasar tan cerca y jugar con mi vida, me contestó pausadamente: «Tranquilo, tenía todo controlado…». Me dejó sin palabras, me adelanté a su vehículo y levanté la mano, negando con la cabeza, en señal de impotencia.

Editado: Todo esto se puede extrapolar a cualquier situación de la vida. Y no veáis como me indigna pensar en los políticos y los riesgos que corren «por nosotros».


El coche no es el primero

En Zaragoza (Aragón), se pretende cambiar una máxima de años. El coche consciente e inconscientemente ocupa la cima de la pirámide de la movilidad.

Se está instalando la primera línea del nuevo tranvía –en su tiempo, hubo y se eliminó–. Se ha apostado fuerte por la preferencia peatonal, por los desplazamientos en bicicleta y por el transporte público colectivo.

Pero hay algo muy arraigado en el acerbo social: la PREFERENCIA DEL COCHE frente al resto. Somos permisivos con el que va más rápido de lo establecido; toleramos que se apure al cruzar los semáforos que acaban de ponerse en rojo; paramos ante un paso de peatones si un vehículo se aproxima a él, cuando aún tiene tiempo para detenerse y ceder el paso; ocupamos el espacio público para el uso privado de estacionar un coche –los aparcamientos de barrio son un espejismo que casi nadie recuerda–.

Hace unos días ha llegado un chico nuevo a las calles, el tranvía. Y con él no hay estatus que valga. Una persona que no respeta la señalización en la ruta del tranvía, corre un alto riesgo de provocar un accidente.

Hasta ahora, a los demás les daba tiempo de frenar para evitar el golpe en muchas ocasiones; los peatones no se la jugaban en un paso de cebra ante un motor rugiendo cerca; las bicicletas, decían, las llevaban cuatro greñas come flores –hoy son de uso generalizado–.

No son buenos tiempos para muchos. Y la dependencia del automóvil es algo que se me hace difícil de solucionar. A mi entender, depende de un cambio de modelo social y económico que se me escapa y pocos le meten mano.


La vida nos atropella

Hacer planes es una de mis costumbres.

Pero ahí está la vida para decirnos que no podemos tenerlo todo preparado. Nos esforzamos en unos objetivos y acabamos obteniendo frutos muy diferentes a los pretendidos.

cambio indefinido Estamos en un río y nadar contra corriente es muy duro. A veces es mejor dejarse llevar e ir modificando nuestro rumbo poco a poco.

Solemos darnos muchas tortas por empeñarnos en ir hacia un sitio. Ciegos a otros posibles caminos que nos pueden llevar a lograr nuestro sueño.

En esas estamos cuando viene la vida y nos pasa por encima, nos desborda. En unas ocasiones para despertar a la dura realidad, en otras, para darnos el impulso necesario para salir del atolladero.

La vida nos atropella sí o sí. No nos da mucho margen. Sólo nos queda incluir en nuestra planificación este componente y estar preparados y dispuestos a que todo cambie a nuestro alrededor.

Deberíamos aprenderlo desde pequeños. La vida suele dar oportunidades y sería positivo que alguien nos enseñara a asimilar desde los pequeños cambios de cada día, hasta los más grandes y definitivos. Normalmente nos quedamos en los primeras lecciones y luego vamos aprendiendo, o no, a trompicones.


Señora, déjenos pecar un poco

Paseando por el parque, fui testigo de una escena que me hizo sonreír.

Un grupo de adolescentes estaba en un banco fumando y bebiendo, tranquilamente. Una mujer que los ve, se acerca a decirles que no está nada bien lo que hacen. Y la contestación de uno de ellos no pudo ser más clara y rotunda:

«Señora, si todos somos pecadores. Déjenos pecar un poco.»

Quizás sólo quería que les dejara en paz, y además con gracia. Quizás no pensó en la trascendencia de la frase, o quizá sí. Vive y deja vivir.